sábado, 24 de enero de 2009

El hogar de mi amiga Maca


Volver me puso a pensar en el hogar. ¿Dónde está el hogar? Yo creo que donde uno es reconocido. Reconocido, no como en el aplauso del público, no como en el premio de mejor compañera, no como en ganarse una beca. Reconocido como cuando los seres humanos se miran y se reconocen verdaderamente uno en el otro, como parte de lo mismo. En alguna parte leí sobre esto. Voy a buscarlo. Leí algo sobre un pueblo africano y las voces de sus miembros. Yo creo que es algo parecido, uno tiene una voz que tiene un lugar justo en el coro de voces de la tribu de uno. Y por eso, si canta es reconocido. Porque el resto de las notas vibran con uno, como un arpegio.

Me provoca contestarle


Hoy pienso que una necesita los espejos, como tu dirías sentirse reconocido, a veces porque una no se quiere o cuando una está autodestructiva; entonces se autoexilia del propio cuerpo y necesita un cuerpo y alma auxiliar para poder volver a mirarse, recordarse y reconciliarse con una misma.
Otras veces una necesita el espejo del otro para reconocer la felicidad, compartirla con el otro. En esos casos el propio cuerpo no basta porque el alma crece con la alegría. Entonces, el otro oficia de cuerpo y alma que ayudan a sentir la magnitud de la felicidad.
En ambos casos una se siente en casa, como la típica imagen de una sola o acompañada en un living a media luz o recibiendo la luz de una chimenea. El encuentro es entonces poder hacer el movimiento de encogerse y de estirarse frente al otro.
El hogar no solo tiene una coordenada física, está repartido en las personas que más quiere.
Hay distintos grados de experiencia de hogar; por ejemplo, cuando una logra sintonizar con algún desconocido y se logra una sonrisa mutua. Hay otras experiencias de hogar en que una siente que podría morir en paz en ese momento…, otra muy cómoda es poder chuchear a sus amigas, es como gozar del mutuo privilegio de decir subversivamente un garabato que solo con esa persona es lo mismo que decirle te amo...

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